lunes, 6 de abril de 2015

4 de abril de 2015 – Woodburn – Spokane – 668km – 8h30

Según la sabiduría popular, las decisiones hay que tomarlas habiendo reflexionado y nunca en caliente o de una manera acelerada. No es que sea ese mi proceder habitual, más bien todo lo contrario, pero después de una noche de “diálogo” con la almohada, me levanté con ánimo renovado. Esa renovación me duró hasta que abrí la puerta y eché un vistazo a cómo se había levantado el día.

Precioso día
En vez de lamentarme, decidí ponerme a recoger los bártulos, cargar la moto, quizás por última vez, engrasar bien la cadena y ver cómo estaba la rueda trasera, pues la verdad, su estado era lamentable.


A punto de dejar el motel
Me monté finalmente en la moto y arranqué. Hiciese lo que hiciese, tenía que pasar por Portland y allí tomar una decisión. O continuar por la autopista hacia el norte que me llevaría hasta Seattle o girar a la derecha y coger la autopista que me llevaría hacia el este del estado. A pesar del día tan desagradable que hacía, y aún sabiendo que la rueda trasera estaba hecha unos zorros, cuando me monté en la moto salí pensando en completar mi itinerario. Me estaba dando un tiempo hasta llegar a la bifurcación definitiva para tomar la decisión final pero en mi mente estaba “visualizando” Seattle. Mi visualización se fue enfriando a medida que pasaban los kilómetros. Esta mañana hacía un día muy desagradable. Entre la niebla, la humedad y el frío, era el día perfecto para montar en moto!!!



Llegué a Portland y me estaba acercando al punto decisivo. Mi corazón me decía una cosa, mi cabeza otra, y mis manitas y piececitos congelados (y no llevaría más de media hora encima de la moto) otra muy distinta. Al final, viendo el percal, con el día tan desagradable que hacía y lo que aún me quedaba por delante me dije: - qué cojones, ya está bien!!! Y a la derecha que me fui. Reconozco que una vez que cogí la desviación hacia el este, pensé que quizás tendría que haber continuado hacia Seattle pero…



Continué mi camino y a medida que iban pasando los kilómetros, me fui sintiendo más contento. Sobre todo porque después de aproximadamente una hora, la niebla se acabó disipando, salió el sol y por lo menos pude entrar en calor. 



El viaje no ha tenido mucho que contar, el paisaje no ha estado mal, cambié de estado… 

Bienvenido a Washington
A medida que me he ido acercando al final, he estado pensando en las muchas cosas que me han pasado a lo largo de este viaje, en la cantidad de sitios distintos que he visto, en la cantidad de horas que he pasado encima de la moto. Los últimos kilómetros han sido muy extraños, no sabría cómo describirlo.



Y por fin llegué a mi destino final, Spokane. Y te preguntarás: - ¿y por qué allí? Es una larga historia pero como hoy es el último día creo que tengo tiempo para contártela.

Entrando en Spokane 
Allá por el año 1990, mi madre se empeñó en mandarme a Estados Unidos a estudiar 3º de BUP (nunca se lo he agradecido lo suficiente). No sé si lo hacía por perderme de vista o porque el niño aprendiese inglés, el caso es que se puso muy pesadita para que me fuese para allá. Tuvo que batallar con mi padre hasta la extenuación, pero como es toca pelotas como yo (o yo lo soy como ella), y cuando se le mete una idea en la cabeza no para hasta conseguirla, movió Roma con Santiago hasta que al final empaquetó al niño y lo largó. He de decir que yo estaba más que dispuesto, a mi, el meterme en fregados siempre me ha encantado.

Me mandaron pues, un añito de nada, a los entonces muy lejanos Estados Unidos de América (las cosas no son como ahora). En esa época, la única manera de mandar a un chaval a estudiar al extranjero, era a través de unas de las organizaciones que te ponían en contacto con familias americanas con las que ibas a vivir todo el año. Dicha organización “esparcía” a los niños por toda la geografía norteamericana y a mi me tocó venir hasta aquí. Recuerdo como si fuese ayer, que cuando me dijeron que iba a venir a Spokane, miramos mi hermano y yo en un atlas verde que teníamos en casa, y cuando vimos que estaba en la costa oeste de Estados Unidos, probablemente el lugar más alejado de España, pensamos: - joder, pues sí que está lejos!!!

Como digo, actualmente las cosas no son como lo eran en el año 1990 y no se tenía la información que se tiene ahora y sobre todo, no existía internet. Como pequeña lección de geografía, Spokane está al este del estado de Washington, que es el estado más al oeste y más al norte de Estados Unidos (si no contamos con Alaska) En Washington está también la hoy famosísima Seattle. Digo hoy porque hace 24 años, en España no había oído hablar de Seattle ni Dios. Ahora es famosa porque es la cuna de Microsoft, de Boeing y de la música “grunge” con Nirvana, Pearl Jam y todo eso, pero para que te hagas una idea, fue en el año 1991 cuando Nirvana pegó el petardazo, hasta entonces, ni Blas sabía de la existencia de todo esto. Fue ahí cuando a mi madre, al ver que el niño iba a estar mas cerca de Honolulu que de Cuatro Caminos, empezó a pensar en dónde se había metido, ya era demasiado tarde.

Así que, a finales de julio del año 1990 me embarqué en un avión de la TWA hacia mi aventura americana. Cuando llegué aquí, el inglés de Toro Sentado y el mío eran muy similares. No es que haya aprendido mucho desde entonces, pero cuando llegué no me enteraba de absolutamente nada. De lo que sí que me enteré es que me presenté en Spokane sin tener una familia definitiva con la que pasar todo el año. Los primeros días me estuve quedando en casa de la representante de la organización que me había traído hasta aquí. Estuve con esa familia hasta que por fin, como a los diez días de estar por aquí, me consiguieron una familia definitiva, y para allá que me llevaron. En España, los de la organización me dijeron, por activa y por pasiva, que sería normal que a mi llegada a Estados Unidos me sintiese, lo que aquí llaman “homesick” (y en Galicia llaman “morriña”). No fue hasta la llegada a esa segunda familia cuando por primera vez me paré a pensar dónde coño me había metido. La llegada a esa segunda casa fue un verdadero shock. Aunque reconozco que el recuerdo que tengo es bastante vago, sí recuerdo que se trataba de una especie de casa-granja, en la que tenía animalitos (no para explotarlos, simplemente por tenerlos), dónde la parcela estaba llena de mierdas y de trastos. Algo que me marcó fue cuando me enseñaron mi cuarto y vi lo que vi. En primer lugar recuerdo que mi cama era una cama de agua (sólo en las películas había visto una cosa semejante) y algo que se me quedó grabado de por vida fue que, encima de la cama, había un gato como un tigre de grande. Cuando hice por quitarlo de encima, me metió un bufido que no me atreví a acercarme en toda la mañana. El gato era además una especia de gato persa y en la cama había unas bolas de pelo tamaño gigante. El colofón fue cuando fui al baño, y para ir abreviando, no podía tener mas mierda, más pelos y más de todo. La verdad es que me entró un bajón que no te puedes imaginar. Estuve un rato metido en el cuarto pensando la cantidad de días que me quedaban por delante hasta que me volviese a España y se me vino el mundo encima.

Para intentar despejarme un poco, le dije a la señora de la casa que iba a darme una vuelta por el vecindario. Salí a la calle y me eché a andar. Después de un buen rato, di con un 7/11 (Seven-Eleven) y en ese momento, aunque había estado luchando contra eso pues sabía que les iba a dar un sofocón, pensé en llamar a mis padres y contarles lo que me estaba pasando. Entré en el 7/11, saqué un billete de 20$ y medio por señas, medio haciendo el pino puente, le expliqué al cajero que quería cambio para llamar por teléfono. Me cambió todo en monedas de 25¢ y para la cabina que me fui. Cuando estaba frente a la cabina viendo cómo funcionaba, se me acercó una mujer y me preguntó si necesitaba ayuda. Le medio expliqué qué es lo que quería hacer y se ofreció a ayudarme. Habló con la operadora y parece ser que esta le dijo que si esperaba unos 15 minutos, la tarifa cambiaba y podría hablar el doble por el mismo precio. Se lo agradecí, y mientras esperaba la mujer siguió hablando conmigo. Me estuvo preguntando que de dónde era, cuanto llevaba aquí, qué tal con mi familia… y ahí fue el momento en el que me derrumbé y le conté que me habían llevado a una familia nueva, que la casa era una mierda, que vivía con un tigre… la mujer intentó calmarme, diciéndome que no me preocupase, que bla, bla, bla… Me dijo que le diese el teléfono o el contacto de la representante de la organización para que ella pudiese llamarla y explicárselo pero me dijo que en ese momento no podía hacerlo, porque había quedado con un cliente, tenía que irse sí o sí, y que podría hacerlo en una media hora más o menos. Me preguntó entonces si quería acompañarla, tenía que visitar al cliente, pasar por su oficina y desde allí llamaría a la representante. 

La primera cosa que me dijo mi madre nada más nacer fue:  no hagas caso a desconocidos. La primera cosa que me dijo me madre cuando me mandó a EE.UU fue: - no hagas caso a desconocidos. Y la primera cosa que me dice mi madre cada vez que me ve, aún hoy teniendo ya cuarenta años, es: - no hagas caso a desconocidos. ¿Y qué es lo que hice yo? Hacer caso a una desconocida y montarme en su coche, tan contento. He de decir que tenía bien presente lo de no hacer caso a desconocidos pero pensé que, si la cosa se ponía chunga, siempre podría escaparme. Por aquella época tenía el tamaño que tengo ahora más o menos, un poco más delgado, con un poco más de pelo y más o menos con la misma madurez mental. Me llevó a visitar a su cliente (yo me quedé en el coche), me llevó a su oficina y finalmente me llevó a su casa. Me la enseñó, me hizo un sándwich para comer y como ya llevábamos tiempo desde que me había encontrado, me dijo que quizás la otra familia estaría preocupada y para allá que me llevó. Durante la visita, me estuvo contando su vida, me dijo que era una mujer divorciada, que tenía dos hijas, una de mi edad y otra cuatro años mayor y que a ella le encantaría tener un estudiante de intercambio, pero que probablemente la agencia no considerase que su situación era el “enviroment” (ese día aprendí esa palabra en inglés y no se me olvidará en la vida, a propósito, significa: ambiente) más apropiado para un estudiante de intercambio. De todas formas me dijo que no me preocupase, que ella iba a llamar a la agencia y a la representante y que iba a solucionar mi problema como fuese. Me dejó a unas manzanas de mi casa nueva y nos despedimos.

Esa misma mañana, a las pocas horas, apareció la representante de la organización, me dijo que cogiese la maleta (no la había deshecho aún, el tigre no me había dejado), que me fuese para el coche y que la esperase. A los pocos minutos volvió y con ella que me fui. Pasé con ella otros diez días hasta que finalmente me dijeron que esta vez sí, habían encontrado una familia adecuada para mi. Me llevaron hasta allí y cual fue mi sorpresa cuando llegamos a la casa de la mujer que me había salvado en aquel 7/11.

Podría contar miles de historias que me ocurrieron a lo largo de ese año pero no estoy aquí para eso. Sólo puedo decir que fue uno de los mejores años de mi vida, que tanto ella como sus dos hijas me trataron fenomenal y que fue tal el vínculo que creamos entre nosotros que han pasado 24 años y aún mantenemos el contacto. De hecho las he visitado en muchas ocasiones, han estado en España… y esa es la razón por la que decidí concluir mi viaje aquí, en Spokane.

Al final, he llegado con tres días de antelación respecto a lo que era mi plan original. Voy a estar por aquí unos días viendo cómo “soluciono” el tema de la repatriación de “maletitas” o lo que finalmente hago con ella.

Y esto es lo que ha dado de sí mi viaje americano. La verdad es que ahora tengo una especie de sensación agridulce. Por un lado estoy contento de haber acabado y sobre todo de haberlo hecho en una sola pieza, sin haber tenido un solo problema grave, caída… Pero por otro lado tengo una especie de sensación de vacío, un poco lo que explicaba el otro día de: - ¿y ahora qué?.

Estado de la rueda trasera

No sé, ahora mismo pienso que realmente ha sido una experiencia, seguro que con el tiempo y la perspectiva lo veré de otra manera. Creo que ya he tenido bastante moto y toca cambiar de tercio. No dudo que en breve se me ocurrirá otra capullada más que hacer pero…, ahora me apetece estar en casa, enroscado en el sofá.

Gracias a todos aquellos que me han ayudado a lo largo del viaje, desde el primer día hasta el último y gracias sobre todo a mi querida “Maletitas” que sin ella no hubiese podido llegar hasta aquí.


Gracias "Maletitas"

Y nada más, ya he llegado y ya no tengo nada más que contar.


El final



Adiós.